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domingo, 28 de junio de 2009

Dos Minutos

Por Luis García Dubus

LA MOSTAZA Y EL GOMERO

Marcos 4, 26-34

Sentí un tirón en el guía, frené el carro, y me apeé. Allí encontré la causa enseguida: la goma delantera izquierda estaba vacía. Estábamos en medio de una carretera casi desierta entre Madrid y Toledo, ciudad a la que nos dirigíamos ese Domingo en plan de turismo

Abrí el baúl, saqué la goma de repuesto, la cambié, y seguimos adelante. Una vez en Toledo me llevaron enseguida a una catedral antigua de una belleza impresionante. Recuerdo especialmente el momento en que Carmen Soto, querida amiga que nos guiaba, nos pidió a mi esposa y a mí que nos detuviéramos en un punto especifico del templo y viéramos hacia arriba.

Sólo desde ese punto se podía apreciar el interior de una torre hecha de vitrales multicolores colocados en una forma tal que parecía imposible una mayor belleza. Indudablemente, obra de grandes artistas que trabajaron con dedicación y sin prisa siglos atrás.

Sin embargo, de aquella visita inolvidable a Toledo, el recuerdo que más acaricio en mi memoria no es la belleza de sus templos, sino la belleza de la actitud de un gomero.

Averiguamos donde podía conseguirse una persona que nos arreglara la goma dañada, antes de emprender el viaje de vuelta a Madrid. El taller, siendo Domingo estaba cerrado, así que nos dirigieron a la casa del gomero. Tocamos la puerta y un niño preguntó. “¿Qué desean?” Y alcanzamos a ver a un señor sentado en su mecedora vestido con una ropa muy limpia y planchada. Me dio la impresión que acababa de bañarse y estaba reposando la comida en compañía de su familia.

Expresamos nuestro miedo de viajar de vuelta sin goma de repuesto. El hombre dudó. Era su día de descanso…. Luego se levantó y nos ayudó. Cuando terminó, su ropa limpia y planchada estaba sucia y estrujada. Me recordó una frase que dijera un ejemplar padre de familia a sus hijos Eduardo y Fernando: “El trabajo no ensucia.” Y también me recordó una frase de mi Señor y Maestro: “EL QUE QUIERA SER EL MAYOR, QUE SE HAGA EL SERVIDOR DE TODOS.”

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El evangelio de hoy (Marcos 4, 26-34) habla de la semilla más pequeña de todas: el grano de mostaza. Es la imagen que Jesús encuentra para compararla con el Reino de Dios. No lo comparó con una catedral de asombrosa belleza, sino con una humilde semilla. Y dijo que esa semillita brotó y se hizo un arbusto, un simple arbusto que no tiene nada de belleza ni de grandeza.

No es el impresionante cedro Líbano con su poderosa imagen de 90 metros de alto, sino una simple matica de sólo un metro, según nos enseña la botánica. Ese arbusto, a mí se me mostró claramente en el humilde y servicial gomero.

El Reino de Dios no se manifiesta en la grandiosidad desde el punto de vista humano. Las obras más poderosas de ese Reino se realizan en secreto, en un cambio interior de nuestras actitudes, en pequeños progresos que vamos teniendo sin que nadie se dé cuenta, a veces ni siquiera nosotros mismos.

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